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A pesar de algunos talentos verdaderos que surgen de vez en cuando, y la creciente falsa seriedad de sus representantes oficiales, el teatro está muerto, resulta académico, y en el mejor de los casos se sirve de diferentes recursos de excitación que lo empujan, cada vez más, hacia lo ridículo, hacia los melindres de estilos pasados, hacia trivialidades para, finalmente, encerrarse en el círculo de los intereses privados, en un teatro sin la más mínima ambición de “diferenciarse”, es decir de encontrar un rostro propio para tiempos futuros. Es un teatro condenado al olvido. Tadeusz Kantor

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